...una vez, en un lugar, situado cerca de mucho y alejado de todo, los gobernantes cedieron el poder al Poema, dejaron gobernar al Verso...































FISIOTERAPOESÍA


      CAPÍTULO 1 - EL CORAZÓN



El corazón escribe con tinta roja y siente con emociones multicolores. Al corazón se le carga con la responsabilidad de mantenernos con vida y al corazón se le recarga con la obligatoriedad de almacenar nuestros sentimientos. “Le falló el corazón” o “no tiene corazón” son expresiones a las que no les hace falta demasiadas explicaciones. El corazón es responsable de todo, el corazón nos mata tanto física, como emocionalmente.
 El corazón escribe con tinta imborrable y siente con emociones incontables. Al corazón se le acusa de no dar la talla en situaciones límite y se le excusa por su diminuto tamaño ante emociones exageradas. “No tiene suficiente corazón” o “tiene un corazón muy pequeño” son expresiones demasiado explícitas. El corazón es responsable de todo, el corazón mata tanto física, como emocionalmente.
 El corazón escribe con tinta roja e imborrable y siente con emociones multicolores e incontables, lo cargamos de responsabilidad y obligaciones, le acusamos de no dar la talla y lo consideramos pequeño, demasiado pequeño, en ocasiones... demasiadas ocasiones. A esta escritura y estas emociones las llamamos latir.
 El corazón tiene dos ventrículos y dos aurículas. Las aurículas son las puertas de entrada de la sangre en el órgano central y los ventrículos las de salida.     El ventrículo izquierdo es el componente cardiaco más importante por ser el encargado de enviar la sangre, a través del arteria aorta, al organismo en un proceso al que llamamos diástole. Anteriormente otro proceso, al que denominamos sístole, se encarga, por medio de las dos venas cavas (superior e inferior) de hacer llegar esta sangre, pobre ya en oxígeno, a los pulmones y estos, gracias a sus venas pulmonares, las únicas de nuestro organismo que transportan sangre oxigenada, al llamado corazón derecho, formado por la aurícula y ventrículo derechos. El ventrículo derecho es el componente más importante del corazón por ser el que envía, ya oxigenada, la sangre al resto del organismo. La fracción de eyección es la medida que nos indica cuanto disminuye la capacidad del corazón en la diástole, es decir, al expulsar la sangre, con  respecto a la sístole, es decir, al aspirar la sangre. La fracción de eyección se mide en porcentaje y, el correcto, debería situarse entre el 60% y el 75%. En la décima parte de un segundo el corazón recibe la sangre pobre en oxígeno procedente del organismo, en la tercera parte de otro se la devuelve ya oxigenada para que continúe con todo su proceso vital, y, finalmente, en la cuarta parte de un tercer segundo, se relaja para, así, poder recibir más sangre. Todo este proceso deberíamos, para funcionar correctamente, realizarlo entre 70 y 80 veces por minuto. Le llamamos latido.
 El corazón no deja de escribir, con tinta roja incandescente, desde el momento en que nacemos hasta nuestro atardecer de atardeceres y así y todo le acusamos de no trabajar y le atribuimos demasiada frialdad. “Que corazón más vago”, o “que corazón más frío” son expresiones que con certeza escucharemos unas cuantas veces en el devenir de nuestros días.
Si espontáneamente parpadeamos entre 2 y 10 veces por minuto, si cuando estamos concentrados en un tema, como por ejemplo la lectura, lo hacemos entre 3 y 4, si consideramos que los pulmones que respiran más de 35 veces por minuto lo hacen en una ratio más que excesiva y ya patológica; si secretamos diariamente entre 1 y 1’5 litros de saliva, si el proceso gástrico propiamente dicho necesita de entre 3 y 4 horas, si, en condiciones normales, defecar más de un par de veces al día ya puede parecernos excesivo, como, a un órgano que es el encargado de mantenernos con vida, podemos acusarlo de vago si mínimamente, es decir, sin ser sometido a ningún tipo de esfuerzo físico, ha de repetir su proceso laboral de 70 a 80 veces por minuto.
 Decimos que el corazón nos mata, pero ¿no será más bien al contrario?. No podemos ser injustos con el órgano que a lo largo de nuestra vida se encargará de almacenar las mayores alegrías, los momentos más felices, nuestros recuerdos más imborrables, porque, cuando regresamos en el tiempo en busca de alguna experiencia o vivencia, de alguna persona o hecho que nos proporcionó excelsa felicidad también decimos que esos recuerdos “los guardamos en el corazón” incluso remarcamos en donde, “en lo más profundo del corazón”.
 Si más allá de 190 miligramos de grasa por decilitro de sangre es extremadamente perjudicial para nuestra salud y aún a sabiendas de ello nos empeñamos en engordar día a día a esos tremendos provocadores de problemas llamados colesterol y triglicéridos; si es más que sabido que el tabaco con sus 286 sustancias, todas tóxicas y muchas cancerígenas, nos corroe sin piedad y todavía existen auténticas chimeneas humanas; si nuestros abuelos ya sabían que la tensión arterial es uno de los principales factores de riesgo en las enfermedades cardiovasculares y así y todo hay quien decide controlarla a base de sal y alcohol; en una palabra si con toda la información que hoy en día tenemos a nuestro alcance seguimos empeñados en jugárnosla... “a mi no me pasará”, “yo controlo”, “yo me conozco mejor que el médico”, etc, etc, más bien somos nosotros los que estamos matando al corazón y no a la inversa.
 Emocionalmente pasa tres cuartos de lo mismo, sabemos con certeza las recetas que son más beneficiosas para nuestra salud emocional pero, en multitud de ocasiones, nos decantamos por las más grasientas, las cocinadas con los ingredientes más perjudiciales, las más cargadas de nicotina, alquitrán y arsénico sentimental, las que, más allá de mantenernos la tensión de las emociones en unos parámetros correctos, ni demasiado bajos, ni por el contrario demasiado exaltados, nos hacen reincidir en conductas que llevan estas tensiones a límites temerariamente peligrosos, y, quizás, en demasiadas ocasiones recurrimos a las recetas emocionales más etílicas. También en este punto, el emocional, somos nosotros los que nos empeñamos en hacer trizas nuestro corazón y no al revés.
 El ejercicio físico es una de las mejores armas que tenemos para luchar contra el riesgo de enfermedades cardiacas. A través de él conseguiremos reducir las exigencias de energía que tiene el miocardio (el tejido muscular del corazón) ya que se reducirá la presión sistólica y diastólica (la máxima y la mínima), tanto en reposo como durante el esfuerzo, además de reducir otros importantísimos factores de riesgo citados anteriormente, como los triglicéridos, el colesterol, y de paso las arritmias malignas. Es más que un dato el que esté comprobado, y así nos lo dice la Sección de Cardiología Preventiva y de Rehabilitación de la Sociedad Española de Cardiología, que existe una reducción del 20% en la mortalidad a los tres años en pacientes que han sufrido un infarto de miocardio y que siguen un programa de entrenamiento físico. A su vez el realizar un ejercicio, preferentemente aeróbico, es decir, de trabajo dinámico, ayuda a abandonar el hábito del tabaco, siendo también pieza fundamental en dietas favorables para nuestra salud, previniendo por tanto el riesgo de la obesidad, reduciendo también de forma importante la consumición de alcohol y, en definitiva, sumando todos estos factores, haciéndonos alcanzar unos niveles de bienestar físico y, como consecuencia directa, también psíquico que harán de nuestro día a día un maravilloso paseo por el jardín de la vida.
 El ejercicio emocional es una de las mejores armas que tenemos para luchar contra las enfermedades del alma que hieren al corazón. Sintamos, dejemos sentir, abracemos, dejémonos abrazar, besemos, dejémonos besar, amemos, dejémonos amar, compartamos sentimientos, dejemos que los compartan con nosotros, veamos la botella medio llena y cuando la veamos medio vacía no dudemos en llenarla de emociones hasta que la visión vuelva a ser positiva. Caigámonos pero levantémonos, sin habernos caído no valoraremos lo bien que se está de pie.
El corazón es un músculo que nunca descansa y bien cierto que es, tanto física como emocionalmente. Para que pueda seguir este inagotable caminar debemos cuidar de él, se lo merece, a fin de cuentas, con la mano en el corazón, que sería de cada uno de nosotros sin él. No me imagino a nadie diciendo en referencia a una buena persona  la expresión “tiene un hígado enorme” o “que pulmón más grande que tiene” o “tiene un estómago tremendamente generoso”; o es que acaso no sería muy gracioso escuchar ... “Ricardo intestino de león”. 
 Si una dificultad, y grande, muy grande, tienen las teorías, es la puesta en práctica de las mismas, los manuales están para que el que lo escriba se crea lo que el lector leerá y para que éste, a su vez, crea que el escritor se creyó lo que pretendió escribir y, a partir de ahí, para que ninguno de los dos actúe de una forma programada y  bajo los efectos de una anarquía improvisadamente organizada salirse airoso de cada uno de los envites que la vida nos presenta a menudo. La teoría se escribe, incluso se puede publicar, la práctica se vive, incluso puede (debe) emocionar.
 Mimemos los corazones, propios y ajenos, con buenos hábitos, si pueden ser preventivos mejor, tanto física, como emocionalmente. Si la prevención falla siempre nos quedará echar mano de los programas de rehabilitación, que haberlos haylos, pero esto ya sería cuestión de otro capítulo.


Esteve Bosch de Jaureguízar       Fisioterapoeta

Poeta y Fisioterapeuta   col 3803  Col.legi Fisioterapeutes Catalunya

1 comentario:

L.Garrido dijo...

Como siempre, muy grande Esteve.