...una vez, en un lugar, situado cerca de mucho y alejado de todo, los gobernantes cedieron el poder al Poema, dejaron gobernar al Verso...































miércoles, 1 de febrero de 2012

...EN LA PUERTA DEL CEMENTERIO (texto leído en el funeral de mi padre)



A MI PADRE  (Y A MI MADRE)

Absurdamente los cementerios cierran a las seis de la tarde, o al menos lo hace el del Poble Nou que es donde está enterrada mi madre y de aquí un ratito también mi padre. Después de una tarde de domingo primaveral escribiendo en un tranquilo rincón del Tibidabo, decidí que era un buen momento para hacer una visita a la que me dio la vida. Hacía más de cuatro años que ella ya no tenía la suya. Crucé Barcelona dándome cuenta de lo rápido que pueden cambiar los paisajes en una misma ciudad. Pasé de la paz  de la Serra de Collserola, casi intransitada, al bullicio de las frenéticas calles. No recuerdo el tiempo que tardé, se que fue una barbaridad, en atravesar la urbe desde Sarrià hasta el Poble Nou. Todavía lucía el sol, casi a nivel del mar el viento soplaba pero no era tan desagradable como en la montaña mágica y la puerta del cementerio estaba cerrada. En la entrada hay un letrero con el horario. Cierran a las seis. Al otro lado del muro mi madre. Seguro que desde algún lugar sonrió mientras pensaba...”aunque no lo hayas querido tantas veces, cómo te pareces a tu padre, has llegado tarde”.
 Si lo pensó tuvo razón, en todo. Cuántas veces no quise parecerme a él. Demasiada rabia almacenada bloqueándome los verdaderos caminos del alma. También tuvo razón si pensó que debería llegar a los sitios con más puntualidad. No soy tan exagerado como mi padre en este aspecto pero, con la mano en el corazón, debería mejorar el tema. Y también tuvo razón si empleó un tiempo verbal pasado para tal reflexión. No quise parecerme a él en multitud de ocasiones, durante largos y largos años, pero ya no es así. No se si me parezco mucho a él o no, sólo pretendo encontrarme a mí mismo, conocerme mejor, y si ello me lleva a percatarme de lo parecido que soy a él, pues mejor también. Aquel  otoño tenía que cumplir ochenta años y yo pensaba que mi cabreo con la vida sería de los que hacen época si no lo conseguía, ya que entonces no entendería porqué ésta nos había dado una oportunidad para el reencuentro. Con veintiún años marché de casa para enfrentarme cara a cara con el día a día y con cuarenta y cinco regresé a la tercera que él había tenido desde entonces. No es la que fue mi hogar, ni está en el mismo barrio como estuvieron las anteriores, ni los muebles son los mismos, de hecho casi no hay muebles ya que su último traslado lo pagó con la mayor parte de ellos. De la calle Mallorca sólo queda su cama, la de mi hermana desmontada y creo que así quedará ya que montarla es un auténtico galimatías por mucho que él creyese lo contrario, un par de sillas plegables, la mesa de su taller y mi escritorio. No deja de ser curioso que éste sea el único de mis muebles que haya sobrevivido a tanta mudanza. En este inmenso piso antiguo del barrio de Sant Antoni nos reencontramos. La vida esconde inesperadas cartas en irónicas y sorprendentes mangas y decide jugarlas en el tablero del destino cuando menos lo esperas y como no, a menos que seas un experto jugador que no es el caso, te deja sin respuesta.
 Mi padre se pasó la vida buscando su Eldorado, y así lo escribí y publiqué en su día un poco como medio reproche y otro poco aceptándolo de forma conformista. A día de hoy, cuatro años después de escribirlo lo rescribo pero con otro tono bien diferente. Él creyó en ello y aunque se equivocase en las ejecuciones de sus maravillosos y fantasiosos planes no se rindió e insistió en porfiar por conseguir el triunfo en lo que creía mientras otros, yo el primero, no sólo le juzgábamos sino además nos creíamos mejores por actuar de formas socialmente impuestas y mansamente aceptadas. Escribo y reflexiono a la vez y me doy cuenta de que lo peor de todo no sólo fueron aquellos juicios sumarísimos que le realizamos, si no, que entre todos le hicimos creer que había sido “malo, muy malo”. Por mucho que alguien se equivoque no es nada justo intentar convencerle de las nefastas consecuencias que sus errores han tenido en su descendencia, cuando ésta tiene dos manos y cabeza suficiente para poder hacerse su propio camino. Que egoísta y cómodo es esperar que los padres te abran todas las puertas y te aparten todas las espinas de las rutas del vivir. Mientras me presumía a mí mismo, acostumbro a tener infinidad de charlas conmigo, de haberme hecho un fructífero presente con el esfuerzo diario, me olvidaba que los dados seguían rodando hasta hacer que mi vida diese un vuelco radical. Allí estuvo él cuando se detuvieron, siendo un enorme flotador emocional. Seguía con sus futuras fantásticas historias en la cabeza, creyendo que aún les debía a sus hijos que una de ellas diese en el clavo. Evidentemente no ha sido así, pero él no sabía que ya nos había dado la más maravillosa historia.
 Nos pasamos la vida buscando nuestro sitio o nuestros sueños, mi padre porfió por conseguir su maravillosa historia y creyó no haberlo conseguido pues se fijaba los objetivos en lo material. Lo material, debería ser lo de menos. No tengo dudas que con el mínimo material y una buena carga de material emocional, tampoco tiene porque ser la máxima, la felicidad se adaptará sin problemas al lugar donde estemos en cada momento de nuestro caminar por la vida.
 Los bienes materiales son sustituibles, los emocionales no. Encontraremos  nuevos, no hay duda, pero que tendrán su lugar asignado en cada equipaje vital, su propio lugar, no el de otro al que deban sustituir. En el corazón no caben las sustituciones, sí los recuerdos y las nuevas experiencias. Pueden y deben convivir en plena armonía o, al menos, intentarlo.
 Mi, más que escondite, fortaleza emocional, que tengo en el Baix Empordà está en estos momentos a 114 km de distancia. Distancia material ya que, emocionalmente, me traslado con infinita facilidad hasta allí, por algo, allí, un amoroso agosto del 63 fui engendrado, por algo, allí, otro amoroso agosto del 65 lo fue mi hermana, por algo, allí, empezó el viaje al centro de mis emociones. Mi padre, que ha llegado a ser octogenario, me recogió sin dudarlo cuando realmente lo necesité, y mi madre; que le hará de perfecta anfitriona y que con los brazos abiertos le estará esperando en el Poble Nou pensará “como me gusta que a mi hijo le guste parecerse a su padre”. Ambos, con una infinita dosis de riqueza emocional, iniciaron a principios de los sesenta, en Palamós, toda esta maravillosa historia, y sus hijos, desde lo más profundo de sus sentimientos, PAPÁ, os dan unas eternas gracias, en especial, por todo en lo que nos podamos parecer a vosotros, a ambos.


 Echar en falta más que nunca a tus padres apuntando a la cincuentena no sé si es buena o mala señal, simplemente es, y las cosas que son, que simplemente son, es imposible cambiarlas, ya que es esa propia simpleza la que las hace dejar de ser etéreas para pasar a ser eternas.
(Esteve Bosch de Jaureguízar, pág 60 Hospitalia Doble Malta, Plataforma Editorial).

Barcelona, lunes 12 Septiembre 2011, 04:46h

2 comentarios:

MARGA BOSCH dijo...

Sin palabras... no me canso de leerlo,necesito hacerlo de vez en cuando, para mí este texto es una terapia, una autoreflexión...más que leerlo,lo vivo.

Anónimo dijo...

Que bello homenaje a tus padres, y que hermosa reflexión, realmente tal cual lo expresas al paso del tiempo nos damos cuenta que no es tan malo parecerse a ellos, y debemos siempre darles las gracias, por darnos todo, y lo mas importante la vida, y la decisión del camino a tomar un abrazo.